Un libro sobre no saber

El lector no tiene que buscar certezas en Oración por el duelo. Este es un libro sobre no saber. En primer lugar, es un libro sobre no saber rezar, lo cual se ironiza en el subtítulo entre paréntesis “(Alexa, reza conmigo)” y se evidencia en el capítulo que inicia la novela en el que el personaje intenta torpemente una oración en un momento de crisis. Si entendemos el acto de orar o rezar, como el de dirigirse a Dios mediante la palabra, y pensamos que Dios es el Padre, en mayúscula, este libro también trata sobre no saber cómo hablar con el padre en minúscula, el terrenal. El respeto y el temor erróneamente traducidos en miedo hacen que el hijo de este libro no sepa decirle a su padre cómo se siente ante su agonía ni los buenos deseos que tiene para él. El hijo sabe cómo pedir cosas de forma manipulativa, aunque sabe y acepta que el “no” es una posible respuesta. De esta forma es como se acerca a Dios cuando le reza. El hijo sabe hablar con su padre de fútbol, pero no de mujeres. Ambos saben reír los chistes del otro, pero no saben cómo hablar de sus emociones.

El libro trata también sobre no saber cómo acompañar a una persona que está pasando por un proceso de duelo. El personaje no encuentra más que compas etéreos y vacíos como Javier, o el casi igual de infame Peloverde, y vínculos sexoafectivos fugaces como los de las escorpionas. No encuentra compañía ni consuelo en un mundo que no se detiene ante su dolor, ni en personas que deciden seguir la fiesta. Incluso el hijo se ve de pronto como alguien que no sabe acompañar a su madre en el duelo por la pérdida de su esposo. El libro, entonces, trata también sobre no saber cómo lidiar con el duelo.

Finalmente, el libro habla sobre el no saber llorar, especialmente como hombres adultos. El Papa Francisco habla en su disco de rock progresivo, sobre la forma en la que cualquier acto solidario en el que no medie la empatía no es más que una limosna que en poco o nada alivia el dolor del que sufre y que es esta falta de empatía la que no nos permite crecer como seres humanos e hijos de Dios. Afirma que solamente cuando Cristo aprendió a llorar pudo comprender nuestro drama. El drama del sufrimiento humano. No sabemos acompañar el duelo del otro porque no sabemos llorar, no logramos ponernos en el lugar del que sí lo hace y creemos, en nuestro complejo mesiánico, que una palabra nuestra bastará para sanar, pero no. Nos creemos expertos en consolar. Tenemos maestrías en dar palmadas en la espalda. Le decimos al que sufre que el tiempo lo sanará todo, con la misma arrogancia del médico varón que le dije a la mujer en labor de parto que puje, que puje, que puje, que ya casi sale la cabeza.

Dos grandes filmes que hablan sobre la ignorancia en el acompañamiento para los que sufren de duelo son El Anticristo de Lars von Trier y La historia sin fin. “A vos te vale un culo que se haya muerto tu hijo” le dice Charlotte Gainsbourg a su esposo Willem Dafoe en el filme de von Trier cuando este solo quiere “ayudarle” a lidiar con su duelo, desde la pedantería que supone su conocimiento psiquiátrico y racional. “Mae, yo sé que te afecta la muerte de tu mama pero no podés usar eso de excusa para no ponerle en la escuela” le dice el peor tata del mundo al hijo de La historia sin fin. No sabemos llorar, dice el Papa Francisco, y yo agrego que no sabemos acompañar al que llora o sufre de duelo.

Oración por el duelo no pretende enseñarle nada a nadie. No hay ninguna moraleja ni instrucción de nada en sus páginas. A lo mucho, busca señalar todo lo que no sabemos hacer, todo lo que ignoramos y todo lo que no estamos listos para enfrentar, pero que inevitablemente nos alcanzará, como la enfermedad o la muerte de un ser querido. Queda en nosotros decidir si queremos aprender a rezar, a hablar con nuestros papás, a llorar y a acompañar con lágrimas sinceras en los ojos al que sí lo hace.