Sueño una vagina
Andrea Mora Zamora
La alarma del reloj te despierta a las 4:20 p.m. Te despertás con el pene erecto. Suspirás viendo al cielo raso, mientras la decepción te invade tanto y tan de nuevo, que ya ni te preguntás si llegará el día en que podás ser completamente vos. Pero como ese viernes no pasará, ignorás la erección y te vas al baño a orinar, de pie, mientras Laura, desde la cocina te grita que si querés café.
—No quiero café, quiero una vagina, le contestás casi que para vos misma, mientras te subís con pereza el short con que dormís. El sueño desde niña siempre ha sido poder orinar sentada.
Una vez, a los 6, la maestra del kinder te escuchó contárselo a una amiguita e hizo tal escándalo, que a papá casi le dio algo. Habló hasta por los codos todo el camino, que se hizo eterno hasta la pequeña casa familiar en Sabana Sur. Pero mamá no dijo ni pío. Ella iba en el asiento del copiloto con la cabeza gacha y te volvía a ver por el retrovisor, sonriendo nerviosamente. El gesto pequeño era el reconocimiento de que vos no sos José Mario, sino María José y ha sido el regalo más grande que te han dado en toda tu vida.
Pero eso no lo entendía papá, como tampoco lo hace el Estado costarricense. Para ellos, desde el guarda de las oficinas centrales del TSE hasta para la mayoría de los más altos funcionarios públicos, sos sólo un mae raro, “desviado”. Y a vos te enferma. Porque sabés muy bien que si estuvieras hincada frente a ellos mamándoles la ingle por 10 o 15 rojos, sería otra la cara con la que reciben a “la gente como vos”.
En eso eso lo que pensás mientras entrás al baño a darle una ducha a este cuerpo que a pesar de mezclar una copa 38C con un pene, pertenece completamente a una mujer. Aunque eso tampoco se lo hayás podido terminar de explicar a Laura. Laura es una mujer heterosexual que no puede alcanzar orgasmos si no la penetran. Pero vos no podés penetrarla en paz porque no te gusta penetrar, lo que te gusta es que te penetren. Y eso es una mierda para la relación.
Pero hoy, con pene y todo, es ella la que te hace feliz, la que no se avergüenza de que seás prostituta y la que hasta te hace café cuando sabe que te vas a ir pronto para conseguir la plata con la que traerás la comida de la mañana siguiente.
Además, a tu estúpido pene le gusta su compañía, aunque a vos no me guste tu estúpido pene.
—Pene, pene, pene; de nuevo todo vuelve al pene, y te sentás en una de las sillitas de la mesa del comedor, a darle sorbitos al café.
Fue Laura la que controló al infierno, ese cuyo demonio vuelve apenas recordás.
Hace más de dos años, un gringo solterón te dijo que él te iba a hacer María José. El tipo te trató como una reina, te subió al avión de Iberia, te sirvió el vino, te llevó a Madrid y consultorio de cirujano, implante de senos y operación de rostro; y justo cuando ya tenías fe de que el sueño no era ilusión, te vendió a cinco de sus amigos y te violaron en maneras tan horribles que es básicamente imposible imaginar que algo así le pudiera pasar a alguien.
Te ultrajaron en el baño de un hotel en La Gran Vía, en una esquina escondida de la estación del metro, atrás de Atocha. Al principio de cada violación gritabas y pedías desesperada por ayuda, pero ellos eran tipos con saco, corbata y maletines forrados en euros y vos una mae con barbilla cuadrada y manzana de adán, así que nadie hizo nada por vos hasta que tus verdugos se cansaron. Te dejaron despedazada en cuerpo y en alma. Se fueron dejando sólo el pasaporte y el dinero para subir los pedazos que quedaron al avión que los traería a San José.
Si no hubiera sido por Isabel y Mariana, las prostitutas españolas que te encontraron esa noche, te habrías dejado morir ahí mismo. Pero ellas, como Laura, ángeles del cielo enviadas por el dios al que le tanta fe todavía le profesás, han sido las que te salvaron de esa calle y te han ayudado a ya no gritarlo cada noche. Porque así fue como dejaste el corazón en Madrid, nada más que no como dice Sabina que lo hizo Chavela.
A la gente todavía se le para el pelo cuando contás esa experiencia. La peor de tu vida –aunque no la única–, por supuesto. Recordás encañonamientos, “pichaseadas” y más de esas cosas “normales” en un país donde molestar a “travestis” es un chiste adolescente.
Pero Madrid no tiene comparación y lo reafirmarás cuando le contés tu historia a esta pelirroja despeinada a la que le prometerás, como te prometés a vos misma, que todo va a estar bien.
—Ya Aprhil lo está logrando. Ya el sistema educativo del MEP la reconoce como Aphril ¿vos no soñás con algo así?– te preguntará la disque periodista esta, un ratico después cuando te vaya a dejar a tu esquina. Vos sonreís y la mirás como si fuera ingenua.
—Amiga—, respondés, —mi único sueño siempre ha sido tener una vagina.
Sonreís y le acariciás el brazo. Tomás tu bolso con el arma cargada y te bajás a esperar a ver si hoy es el día de tu suerte y encontrás al ricachón bueno que ahora sí te lleve a Tailandia y te permita ser María José de una buena vez por todas. Nunca has perdido la fe y es esa fe la que te mantiene viva. La pelirroja arranca su carro y antes de que llegue a la esquina, te ve subirte a una toyotona negra placa 7 que, quien sabe, ahora sí.
Esculturas eróticas por Alejandro Ibarra / Gil Vega / Olimpio Brunetto